Reunión, de Natasha Brown
Sobre el club de lectura de septiembre: Reunión, de Natasha Brown.
Cuando la obra que se va a comentar es sobre feminismo negro y lucha de clases -así, todo junto- ¿qué podría salir mal?
Pues nada.
Pero antes de empezar pongámonos en situación, porque con una línea de resumen este libro se queda cortísimo.
Empecemos por el título: Reunión, en inglés Assembly.
En mi opinión, una traducción muy bien ejecutada, ya que la alternativa, Ensamblaje, aparte de ser poco comercial, no representa el espíritu del libro y pierde el guiño al inicio.
Sigamos por la autora: Natasha Brown.
Mujer, negra, millennial, y experta en finanzas, que pese a estudiar matemáticas logró una plaza en el programa de formación de los London Writers Awards -chupaos esa, gente que dice eso de que “o eres de ciencias o de letras”.
Pero por encima de todo eso era una gran lectora con nociones básicas de crítica literaria. Seguramente eso le ha permitido que su debut la haya llevado tan lejos.
Y, antes de meternos de lleno en el libro, pasemos por la protagonista.
Mujer, negra, millennial, y experta en finanzas. No empecéis a sacar conclusiones, que ella no quiso ser escritora.
Pero, seamos sinceros, ¿no os parece que hay demasiados paralelismos? Os voy a confesar que hasta que he empezado a escribir esto y me he decidido a documentarme un poco más porque *síndrome de la impostora*, estaba convencida de que esta novela era autobiográfica. Me la has colado, Natasha. Y no solo, eso, lo afirmé fuertemente delante de todos los asistentes al club. A mi favor diré que nadie me llevó la contraria.
Dicho esto, y aprovechando que ya he hecho el ridículo y es difícil que vaya a peor, me atreveré a afirmar que este libro es una joya. Y no lo digo yo, lo dicen todas las críticas que he leído y las personas con las que lo he comentado, aunque ya habéis visto su criterio. Yo tampoco me fiaría.
En general, la opinión de los lectores es que esta novela es caótica, profunda y sincera, aunque sabiendo como sé ya que no es, en efecto, su vida, quizás este último sea más adecuado sustituirlo por un “representativa de la sociedad actual y de la realidad de la generación millennial”.
Lo primero que me llamó la atención de ella fue su estructura. Que los capítulos sean cortos tampoco es como para que te pete el cerebro, reconozcámoslo, pero que el final te lo cuente prácticamente a través de “figuras” a modo casi de anexo me sorprendió.
Natasha cuenta la historia como si la estuviese vomitando, como si tratara de extirpar así una parte de ella que empieza a gangrenarse. No tengo claro si su escritura fue para ella una especie de terapia o si estaba todo pensado, pero lo cierto es que en el club surgieron muchas opiniones al respecto.
Una parte, los que estaban de acuerdo conmigo, defendían que el relato era tan duro que no había otra opción que no fuera su historia. Algo que venía de muy adentro, que le comía y le condicionaba cada día de su existencia. Algo que lloraba en cada palabra que escribía, heridas que cicatrizaban tras cada punto y aparte.
Otros, creían que seguramente la forma en que se siente la protagonista no era tan visceral, sino más bien impostada. Una pose que le servía para argumentar una retahíla de quejas sobre la sociedad que seguramente no iban con ella, pero que quería reivindicar y aprovechaba que el Pisuerga pasaba por Valladolid.
Esta última opinión me da cierto vértigo. Siento que con ella se minimiza el miedo y la ansiedad de una persona que se siente ajena en una sociedad que nos dice quién tenemos que ser, y que la rechaza por no encajar en el destino que para ella han escrito.
Yo estoy convencida de que cierto nivel de dolor debe nutrirse de experiencias personales, porque de otra forma no se transmitiría igual. Si hay sangre, hay herida.
Por supuesto, esto solo lo sabe la propia Natasha, pero yo quiero pensar que algo de verdad hay en su discurso, que no es solo otra historia vacía de una buena escritora.
Me he prometido no hacer spoilers y se me está haciendo bastante difícil continuar sin destriparos la historia, así que vuelvo a las cuestiones generales.
En esta historia, como he dicho antes, se entrelazan distintas cuestiones sociales como el machismo, el racismo o los estratos sociales, además de un canibalismo laboral absolutamente despiadado.
En medio de todo esto está la protagonista, una mujer de la que sabemos bien poco, algo que busca la autora seguramente para tomar cierta distancia -tan solo unos milímetros desde mi perspectiva- de ella.
Tener éxito no es suficiente para ser aceptada, al menos no realmente. Con frases que se clavan como puñales como “la diversidad se tiene que ver” por ser siempre ella a quien mandaban en representación de la empresa en la que trabajaba, o “el victimismo es opcional -dijo. Mitad opinión, mitad mantra.”, o descripciones como la que hace de las recepcionistas que la reciben en un sitio que no puedo decir porque si no estaría faltando a mi propósito de no destripe, en la que habla de ellas como mujeres “intercambiables”, nos muestra su clara opinión de cuál es la posición que ocupa cada uno, especialmente ella, en la realidad que detalla.
A penas ciento treinta páginas de sinceridad despiadada que devorarás prácticamente de una sentada.
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